El ataque del mercurio
Agradecemos a Jordi Sánchez, de Submón, toda la información aportada para la creación de este relato.
Cuando me quedé quieto estaba bastante mareado. Llevaba mucho tiempo dando vueltas y vueltas sin parar, moviéndome de un lugar para otro, hasta que llegué aquí. Desde entonces, estoy intentando entender en qué lugar estoy. Sé que estoy flotando en alguna parte, pero no sé dónde. Todo es oscuro y no veo los límites del medio que me rodea. Parece infinito.
De repente, oigo una voz a lo lejos. Me mantengo en silencio mientras intento interpretar lo que dice. Cuando la voz está muy cerca, por fin la entiendo:
- No desesperes y busca la luz. Tu entrenamiento está a punto de empezar.
¿Mi entrenamiento? Pero, ¿qué dice? Además, no hay ninguna luz. La voz sigue diciendo lo mismo, una y otra vez. Por mucho que conteste, no cambia, repite la misma frase todo el rato. Al final me canso y dejo de prestarle atención. Decido ponerme a dormir mientras floto en esta inmensidad.
Una luz me ha despertado. Primero pensaba que se trataba de un sueño, pero a medida que aumentaba su intensidad, he visto que era real. Estoy viendo cómo se acerca y empiezo a darme cuenta de que es algo más grande que yo. Decido quedarme quieto, esperando que se acerque. La luz pertenece a un organismo redondeado, con pelos en su superficie. Me tocan y me empujan. Algo me dice que tengo que entrar en el organismo.
Después de luchar un buen rato, consigo llegar a la superficie del organismo. Veo que hay unas cerraduras y soy capaz de desbloquear una. Dentro del organismo todo es oscuro. Noto que hay algo que me sigue. Lo toco y me quema. De repente, me encuentro rodeado por estas cosas. Son como bolas que intentan pegarse a mí. Las echo fuera como puedo y me muevo hacia el interior del organismo. Las bolas me siguen y las voy apartando todo el tiempo, hasta que una explota. Dándome cuenta de cómo lo he hecho, las exploto todas y me quedo más tranquilo. Pero al cabo de un rato, aparecen más. No tengo tiempo para reventarlas, porque el organismo explota y pierdo el conocimiento.
No sé cuánto tiempo ha pasado, pero sé que estoy en otro organismo. El medio es más denso aquí. Vuelvo a oír la voz:
- Has superado tu entrenamiento. Ahora te toca luchar de verdad. Elimina a los enemigos y reúnete con los que son como tú.
No entiendo a qué se refiere, pero antes ha acertado con el tema de la luz. Noto que me estoy moviendo hacia un lado, como si me absorbiesen. Choco contra una especie de pared. Veo que vuelve a haber una de esas cerraduras que había visto antes. La vuelvo a abrir y atravieso la pared. Dentro me encuentro con más bolas que queman, pero hay muchas más que antes. Me abro camino haciéndolas estallar como he aprendido. Me siento más ágil y más fuerte. Así, llego a otra pared y, sin dudarlo, abro las cerraduras. Salgo a una especie de conducto donde todo va muy rápido. Cuando me despego de la pared, la corriente me lleva, pero hay algo que me detiene.
- Agárrate aquí.
Miro a quien me ha hablado y veo una copia de mí mismo. La voz tenía razón, pienso para mí mismo: los hay que son como yo. De esta manera, deduzco que todos los que me quieren atacar son los enemigos. Pero antes de que asimile esta verdad hay otra explosión.
Y así transcurre mi vida el tiempo siguiente. Después de cada explosión, se repite el proceso. Encuentro una pared que abro, encuentro bolas que exploto y entro en un conducto por donde me muevo entrando en paredes y explotando más bolas. Por suerte, ahora soy más fuerte y puedo atacar a más paredes, bolas y otras cosas más grandes que encuentro, pero también estoy acompañado, así que si uno de nosotros no puede solo, los demás le ayudamos.
Poco a poco vamos moviéndonos a más lugares y atacando más partes, hasta que, en un organismo concreto, todo para y no encontramos más enemigos. Todo está calmado, la corriente nos lleva por dentro de los conductos, pero las paredes se abren sin tener que desbloquear las cerraduras y no hay bolas ni nada que nos ataque. Sólo hay excepciones en algunas zonas, así que decidimos no acercarnos. Nos miramos, sonreímos y nos felicitamos. Hemos ganado. Nos hemos hecho más fuertes y más numerosos y hemos conseguido ganar a nuestros enemigos. Ahora ya podemos estar tranquilos. Hemos acabado con el organismo final.
En el mismo lugar, pero desde fuera del organismo final, unos padres lloran por el diagnóstico de su hijo. No entienden cómo ha podido pasar. El doctor se acerca y lo explica:
- El retraso mental de su hijo no es genético, sino que proviene de la ingesta de mercurio. Como han comentado, ustedes comen mucho pescado y marisco y se han hecho análisis recientemente que muestran una elevada acumulación de mercurio en estos alimentos. El mercurio se transmite en forma de metilmercurio por la cadena trófica: se acumula en el plancton, en el animal que se alimenta del plancton y así sucesivamente hasta que llega a los humanos. Además, a medida que sube por la cadena trófica, hay más concentración. A cierta concentración, el metilmercurio provoca daños neurológicos en niños. Me sabe muy mal. Si quieren culpar a alguien, tienen que culpar a quien se dedica a tirar contaminantes en el mar, que somos todos. Su hijo es una víctima más: hay muchas especies afectadas y muchos problemas de salud y ecológicos.
Los padres miran al doctor, conscientes de lo que pretende con las últimas frases. Deciden irse con la idea de luchar por unos mares más limpios, para que ningún niño más sufra los efectos de la contaminación, ni ningún otro organismo más.
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